Este 21 de diciembre en el cielo del hemisferio norte nos daremos cita con uno de los fenómenos cósmicos más estudiados y conmemorados en la historia. El solsticio de invierno es el momento en que el Sol alcanza su menor altura aparente, ocasionando con esto la noche más larga del año. En esta fecha y durante unos tres días, el sol se desplaza mínimamente en el horizonte, al observador antiguo le parecía que el Sol “moría en estos tres días”; para comenzar de nuevo su ascensión hasta llegar a la cúspide de su recorrido, en el Solsticio de Verano.

Otro aspecto muy relevante es que, durante las noches cercanas al solsticio de invierno, el cielo despliega a otros dos protagonistas de lujo: el Cinturón de Orión, cuyas tres estrellas apuntan con precisión hacia Sirio, como señalando el lugar donde “renacerá de nuevo el Sol”, manifestación que ha dado pie a estructuras rituales, mitos de renovación y, más recientemente, a símbolos adoptados por distintas organizaciones filosóficas, de las cuales, la Masonería resalta con gran evidencia. A continuación, nos pasearemos por algunos hitos históricos y culturales que nos revelan el profundo impacto que este fenómeno ha tenido en la historia humana.
La evidencia más antigua del interés humano por el solsticio procede de la Europa neolítica. El túmulo de Newgrange (Irlanda, ca. 3200 a.C.) fue construido con una alineación que permite la entrada de la luz solar en su cámara interna en mayor cantidad durante el amanecer del solsticio de invierno.

A ello se suma Stonehenge (ca. 2500 a.C.), cuyo eje principal se orienta a la salida del Sol en el solsticio de verano y la puesta del Sol en el de invierno. Estas obras muestran una comprensión astronómica avanzada y muy anterior a la escritura, y que los solsticios no eran vistos como una casualidad periódica, sino como punto axial para la organización estacional y simbólica de las primeras comunidades europeas.
En los festivales conocidos como Yule documentados desde la edad de hierro, las culturas germánicas y celtas celebraron el renacimiento simbólico de la luz en torno al solsticio. Las hogueras, banquetes, rituales dirigidos por figuras sacerdotales vinculadas a la naturaleza realizaban ofrendas para propiciar la fertilidad y solicitar a los dioses mejores tiempos, allí resaltaba la veneración del árbol perenne como emblema de continuidad vital. Encontramos así, la primera referencia a uno de nuestros símbolos actuales más queridos, aunque el árbol navideño moderno es una creación tardía, la conexión entre el perenne y la esperanza invernal es etnográficamente verificable. En diversas culturas indoeuropeas se celebraban.
En Egipto (II milenio a. C.) aunque no se conoce una fiesta explícita del solsticio de invierno, los mitos solares expresaban la misma idea central: “luz que renace”. El dios Ra vencía cada noche a la oscuridad para volver a surgir, y Horus niño simbolizaba la luz frágil que comienza a crecer. Este ciclo de muerte y renovación, presente también en la teología de Osiris, refleja el mismo principio que más tarde otras culturas asociaron directamente al solsticio invernal.
Por otra parte, la Saturnalia (siglos III a.C.–III d.C.) celebradas entre el 17–23 diciembre y descritas por Macrobio, incluían banquetes, suspensión de jerarquías, entrega de regalos e inversión simbólica del orden social.
Con el emperador Aureliano, el culto del Sol Invictus (274 d.C.) adquiere dimensión estatal. Su festividad principal, el Dies Natalis Solis Invicti, se fijó el 25 de diciembre, inmediatamente posterior al solsticio. La evidencia aparece en el Cronógrafo del 354, documento que además contiene la primera referencia conocida al nacimiento de Cristo en la misma fecha. La estrategia de superposición festiva permitió a la Iglesia resignificar fechas populares sin eliminarlas completamente. Es de gran relevancia el hecho de que el Papa Juan Pablo II, en una audiencia general el 22 de diciembre de 1993, reconoció que el 25 de diciembre posee un carácter “convencional”, lo cual refuerza la afirmación interpretativa de muchos historiadores, según la cual esta fecha fue elegida en parte para sustituir la celebración del nacimiento del Sol Invicto.
Acercándonos a la relación de los Solsticios con los masones operativos, claramente estos heredan de los gremios constructores medievales el patronazgo de San Juan Bautista (24 de junio) y San Juan Evangelista (27 de diciembre), fechas que hoy asociamos a los eventos solsticiales de verano e invierno respectivamente.
Manuscritos como el Regius y el Cooke, muestran la centralidad de estos patrones en el calendario corporativo. Los solsticios adquirieron así una dimensión organizativa y simbólica que integraba la temporalidad solar con la vida de los oficios. Tal fue la importancia de “los Juanes” y las fiestas solsticiales para el gremio, que el nacimiento formal de la Masonería moderna está fechado el 24 de junio de 1717. La simetría entre ambos solsticios se consolidó como un elemento de reflexión ética: la luz que decrece y la luz que renace, se convirtieron en metáforas de equilibrios morales y de renovación interior.
Vemos pues, cómo, desde el alineamiento de Newgrange hasta el calendario litúrgico cristiano y desde el Sol Invictus de los Romanos hasta los gremios medievales, los complejos simbólicos de regeneración invernal surgen recurrentemente en culturas de distintas épocas y con distintas tradiciones.
En Occidente, conmemoramos estas fechas en familia y con amigos, con la alegría e ilusión de compartir ágapes fraternales en forma de platos típicos, brindis y regalos, donde cada cual le da sentido simbólico o espiritual de acuerdo con su cultura y creencia. Ya sea Nochebuena, el Espíritu de la Navidad, o la llegada de aquel obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, nos muestran el reflejo de milenios de tradición y evidencia que el solsticio de invierno es un fenómeno unificador que propició un importante desarrollo cultural y religioso de los pueblos.
La Masonería especulativa heredó este legado de los masones operativos y lo transformó en un símbolo de observación y reflexión de nuestros propios “solsticios interiores”. Como enseñanza sagrada para el Alma, el Solsticio de Invierno nos recuerda, año tras año, que incluso la noche más larga y oscura es la señal inequívoca del comienzo del retorno de la Luz.
VH César Augusto Noriega Salazar
VM de la Respetable Logia Ítaca 130
